Hola, soy Iñigo López Palacios, jefe de redacción de ICON. Me han dicho que escriba la newsletter de esta semana y como no sé qué contar quería hablarles de lo único que hago últimamente: ver series. Resulta que me ha dado en las últimas semanas por ver series de cowboys contemporáneos, que es un subgénero muy curioso y educativo.
Una es Landman, de la que habló en la columna que escribí para el número de febrero de ICON, que, por cierto, llega a los quioscos este sábado (gratis con EL PAÍS) y lleva en portada al futbolista Dani Olmo en su primera sesión fotográfica para una revista. Y a AI Weiwei, Rupert Everett, James Garfield... Nos ha quedado bastante bien, échenle un ojo.
A lo que iba: la otra serie que estoy viendo es Yellowstone, producida y protagonizada por Kevin Costner encarnando a John Dutton, patriarca de una familia que lleva 100 años dirigiendo el rancho Yellowstone, el más grande de Montana, el cuarto estado más grande de la unión y uno de los menos poblados. Un lugar de paisajes grandiosos, que vive de la agricultura, la ganadería y la minería, en el que el 90% de la población es blanca y el mito del antiguo oeste sigue vivo.
A punto de cumplir los 70, Hutton se enfrenta al reto de conseguir que el rancho llegue a la siguiente generación de una familia a la que el concepto disfuncional se le queda corto. Por si fuera poco el problema de tener unos hijos que están tarados, cada uno en su propio estilo, se enfrenta también a que su gigantesco terreno, que linda con el parque nacional más conocido del mundo, es codiciado por un montón de enemigos. Desde una nación nativa, que lo reclama como suyo, a promotores inmobiliarios que quieren construir segundas viviendas para millonarios o un aeropuerto para acceder a una estación de esquí. Dutton no acepta ofertas. En un flashback se ve que lo último que le dijo su padre antes de morir fue: “No cedas ni un palmo de tierra”. Cumplir esa última voluntad se ha convertido en su obsesión.
Como todas las buenas series, esta combina ficción y realidad de tal manera que a veces es complicado separar una de otra. Por ejemplo, es completamente cierto que esa zona concreta de Montana, alrededor de una ciudad llamada Bozeman, es una de las áreas de mayor crecimiento en EE UU. Uno de los personajes dice que Bozeman se ha llenado de trasplantados: “Gente que se va de su lugar de origen a otro lugar y allí reproduce exactamente lo que dejó atrás”. También es cierto lo que cuenta la serie sobre los precios de la vivienda, que se han disparado porque se ha llenado de nómadas digitales forrados de pasta que ven a esos señores con sombreros de cowboys como un curioso anacronismo, no como una forma de vida. El recelo es mutuo. Los urbanitas llaman a los vaqueros rednecks, (paletos). Los cowboys llaman a los urbanitas hippies, lo que es realmente encantador teniendo en cuenta que estamos en 2025.
Lo que posiblemente no sea cierto es que la bucólica Montana rural es más peligrosa que Tijuana. Si hiciéramos caso a Yellowstone, allí todo lo resuelven matándose a tiros. Y no pasa nada. Te tiran por un barranco y pelillos a la mar. En ese sentido, Yellowstone es una especie de Dallas hiperviolenta.
Tardé tres temporadas en darme cuenta de que, en realidad, Yellowstone es una versión con sombreros vaqueros de Los Soprano. La familia Dutton es tan mafiosa como el clan Soprano, aunque se dedique a criar ganado. La principal diferencia entre John Dutton y Tony Soprano es que Tony siempre se sintió un outsider, alguien temido pero no aceptado. John Dutton es un respetado miembro de su comunidad que se mueve con soltura por los círculos políticos del estado y que no es mirado con recelo sino con admiración. En ese sentido, Dutton es mucho mejor mafioso que Tony Soprano porque ha conseguido el sueño de la mafia: hacer creer que no existe. En realidad el método para lograrlo es sencillo: para no ser un gangster, aunque te comportes como tal, basta con no creer que lo eres. Tony Soprano no se engañaba a sí mismo, sabía que era un delincuente camuflado de empresario. John Dutton no se ve a sí mismo como un terrateniente sin escrúpulos, sino como un honrado cowboy temeroso de dios que hace lo que es necesario para proteger lo que es suyo. “Eres un buen hombre, pero la gente buena a veces tiene que hacer cosas malas”, le dice a uno de sus hijos.
Esta idea de que el fin justifica los medios resulta tremendamente actual. Si por algo me interesa Yellowstone es porque explica muy bien, sin hablar de ello, lo que es el trumpismo y el Make America Great Again. Esa mezcla de malismo y sensación de estar haciendo el bien que se ve en las redadas contra inmigrantes, en los despidos a gente normal y corriente que identifican como comunistas y, en general, en defensa de unos valores que son ellos los primeros que se saltan.
Bueno, esto es todo por hoy. Gracias por la atención.
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