Buenas tardes,
Esta mañana he estado pensando en cuántas personas, israelíes y palestinas, que han muerto violentamente desde el inicio de la guerra, el 7 de octubre de 2023, tenían todavía nombre en mi memoria. Son muy pocas. Los casi 50.000 muertos oficiales de esta guerra (más de 47.000 muertos palestinos más 1.250 israelíes), una cifra muy inferior a la real a ojos de todos, son una especie de nebulosa, un agujero negro, una coletilla en las noticias que escribimos, un párrafo (pequeño) en algunos discursos oficiales.
Por varias razones, quiero rescatar hoy a Bakir Mossalam de ese pozo oscuro lleno de víctimas sin nombre. Este chico palestino de 17 años fue uno de los entrevistados de un reportaje sobre Gaza qué nos costó bastante sacar adelante en Planeta Futuro. Era uno de los nadadores del equipo de natación profesional de Gaza. Estaba bloqueado en el norte de la Franja, en un refugio de la ONU, después de que una bomba matara a su padre y a su hermano, Hamoudi, también miembro del equipo. Se había convertido en cabeza de familia y su preocupación diaria era conseguir comida y agua para su madre y sus hermanas. Me contó que soñaba con volver a nadar y con representar a Palestina en algún campeonato. Por él, pero sobre todo por su hermano fallecido.
Murió en un bombardeo israelí pocos días antes de que entrara en vigor el alto el fuego en Gaza, el pasado 19 de enero. Llevaba meses jugando con la muerte al gato y al ratón en el norte de la Franja, una zona especialmente destruida por las bombas y castigada por el hambre. Los rumores sobre una tregua inminente aumentaban y este chico casi rozaba con los dedos el alivio de estar entre los supervivientes de la guerra. Escuchar hoy su voz todavía infantil en el vídeo que acompaña el reportaje multiplica un profundo sentimiento de pena y de injusticia.
Quiero recordarle también en esta newsletter porque esta semana he estado en Sevilla en los premios de periodismo Manuel Chaves Nogales, donde este reportaje sobre el equipo de natación de Gaza recibió una mención especial. Viví como un regalo participar en esta ceremonia, conocer y escuchar a otros periodistas comprometidos con el oficio y con las historias que cuentan y muy preocupados por las amenazas que se ciernen sobre esta profesión y por la precariedad que la impregna.
Chaves Nogales escribió los relatos periodísticos sobre la Guerra Civil que componen su gran libro A sangre y fuego desde su exilio en París. A distancia, pero basados en las notas que había tomado y en la gente que había conocido cuando aún estaba en España. Casi 90 años después, muchos periodistas también cubren a distancia lo que ocurre en Gaza, donde Israel no deja entrar a reporteros extranjeros. Probablemente, lo hacemos con mucha menos maestría que el periodista sevillano, pero compartimos algo muy importante con él: la frustración de no estar. Además, contamos con un gran aliado que Chaves Nogales no tuvo: WhatsApp, que se ha convertido en el medio principal para estar en contacto con las fuentes y obtener testimonios.
Me preguntaron en Sevilla a quién quería dedicar el premio. Recordé a los periodistas gazatíes que han sido y siguen siendo nuestros ojos en esta guerra y se han jugado la vida por informar. Como ocurre con las víctimas de este conflicto, a menudo tampoco conocemos su nombre. Esta semana hemos publicado el testimonio de una de las personas que ha estado cubriendo la guerra en Gaza cada día. Se llama Eman Alhaj Ali, es una joven reportera palestina y nos ha contado cómo vivió los primeros momentos del alto el fuego.
Además, en estos días también hemos recordado, entre otros, el impacto de la crisis climática en la educación, hemos desmenuzado las consecuencias que las medidas sanitarias de Donald Trump tendrán en todos nosotros y hemos tenido la posibilidad de hablar con el director ejecutivo de Oxfam Internacional sobre desigualdad.
Gracias por leernos y hasta el miércoles que viene,
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