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Hola, ¿qué tal estás? Espero que el final del año te esté tratando bien. Hoy te quiero contar que hace un mes viajé a República Centroafricana, un país situado en el corazón de África que sufre desde hace décadas conflictos armados, golpes de Estado e inestabilidad política, y cuya población vive sumida en una pobreza extrema. Ocupa el puesto 191 de 193 en el Índice de Desarrollo Humano y 2,4 millones de personas de un total estimado de 6,4 millones se consideran extremadamente vulnerables. La esperanza de vida apenas alcanzaba los 57,3 años en 2023 y la desnutrición crónica golpea al 38% de los menores de cinco años. Además, solo un tercio de los niños asiste a la escuela con regularidad.
Durante mi visita al país pude conocer la realidad de los más vulnerables entre los vulnerables: los niños asociados a grupos armados. De forma muy generosa, seis jóvenes que habían pertenecido a distintas milicias y que ahora eran libres me contaron sus historias.
Me impactó lo que me contaron pero, sobre todo, lo que no. Los silencios y las respuestas monosilábicas que dejaban entrever un sufrimiento aún mayor del que podían verbalizar. Caleb Ketté, uno de los dos psiquiatras que hay en República Centroafricana, me explicaba que la salud mental en el país es un problema grave de salud pública y que toda la población se ha visto afectada de una manera u otra, tras años de saqueos, agresiones y asesinatos en las comunidades.
Os contaba que lo que más me impactó fueron los silencios de estos jóvenes, pero también lo hizo las lágrimas de uno de sus padres, reflejo de la impunidad y la falta de justicia que sufren muchos centroafricanos. Joachim-Henri Miabe lloraba mientras recordaba los años en los que su hijo Phillipe estuvo secuestrado por los rebeldes y el asesinato de otro de ellos. “Dejo la justicia en manos de Dios”, decía este hombre que, resignado, explicaba que él no tenía medios para perseguir a los rebeldes.
Pero en medio de estos recuerdos dolorosos, los silencios y la incertidumbre, también me quedo con la esperanza que tenían todos ellos en algo que muchas veces damos por garantizado y que falta en demasiadas partes del mundo: la educación. Todos querían ir al colegio. No solo porque la escuela les permite recuperar los años adolescentes que les robó la guerra, sino porque es también la llave hacia un futuro mejor, alejado de los grupos armados.
Esta semana, en Planeta Futuro tenemos también otros temas muy interesantes. Seguimos contando las consecuencias de los recortes a la financiación internacional, esta vez en Uganda. Nuestro colaborador John Okot explica cómo el país, el que más refugiados acoge de África, ha tenido que racionar la comida de los desplazados por falta de fondos. Una situación que amenaza con recrudecerse, conforme mengua la ayuda internacional.
No nos olvidamos de Afganistán y de las afganas. Mi compañera Beatriz Lecumberri estuvo el pasado viernes en la reunión HearUs, donde se dieron cita casi medio centenar de afganas venidas de distintos países, diplomáticos, representantes de la ONU y organizaciones de defensa de los derechos de las mujeres. Te recomiendo que leas su crónica, que tiene declaraciones como esta de Richard Bennett, relator especial de la ONU para los derechos humanos en el país: “Afganistán no es una causa perdida y no podemos mirar para otro lado. El país es más bien un test, para saber si el mundo se opondrá a la persecución de género o considerará que los derechos de las mujeres son negociables”.
Miguel Flores, colaborador en Siria, entrevistó a Hind Kabawat, cristiana y única mujer del nuevo Gobierno de Damasco.“Tenemos que empezar a pensar que la idea de ciudadanía está sobre todo lo demás. Minoría deberían de ser solo los que no creen en la Siria que estamos construyendo”, asevera la política, que defiende que haya cuotas en la administración pública.
Desde Sudáfrica, Hannah Uguru nos cuenta que Sudáfrica ha declarado la violencia de género una “catástrofe nacional”, después de sentadas multitudinarias y huelgas que han forzado este paso “histórico”. ¿Y ahora qué? Según las organizaciones de defensa de las mujeres, esto necesita traducirse en más apoyo y protección en el país africano, que registra una de las mayores tasas de feminicidios del mundo.
Con esto nos despedimos, hasta la próxima semana.
Un abrazo
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