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Buenos días a todo el mundo. Si aún no lo has hecho, este es un buen momento para empezar a prestar atención a las protestas de la generación Z que se están extendiendo por todo el planeta. Han llegado a varios continentes y han derribado gobiernos. Hoy te contaré lo que he aprendido sobre este movimiento gracias a los reportajes en profundidad de mis colegas Hannah Beech en Asia y John Eligon en África. También:
Las contagiosas revoluciones de la Generación ZLo que más me sorprendió la primera vez que leí sobre las protestas de la generación Z en distintos lugares del mundo fue lo familiares que me resultaron sus protagonistas. Una frase en un cartel visto durante las protestas en Nepal —“la corrupción es sus, dejen de hacer ghosting a la democracia”— sonaba exactamente como algo que podrían decir mis hijas adolescentes durante la cena. No es casualidad. Estos movimientos de protesta, difundidos en parte por la omnipresencia de la cultura juvenil en línea, se han desarrollado en Indonesia, Filipinas, Kenia y Perú. En Nepal y Madagascar, los manifestantes han logrado derribar gobiernos. En Marruecos, las protestas continúan. Dos de mis colegas han pasado largos periodos informando sobre grupos de manifestantes de la generación Z. John Eligon estuvo con los jóvenes que expulsaron del poder al presidente de Madagascar. Hannah Beech convivió con los manifestantes de Nepal tras su revolución de 48 horas. Puedes ver mi conversación con Hannah a continuación.
Nepal y Madagascar son dos países muy distintos. Pero los paralelismos entre sus movimientos de protesta —las causas que lo impulsaron y lo que ha ocurrido desde que sus revoluciones sorpresa derribaron a dos gobiernos— revelan una paradoja. Los jóvenes revolucionarios de la generación Z tienen un poder real. Pero no tienen el poder de controlar lo que han empezado, ni de garantizar que los movimientos que pusieron en marcha mejoren realmente sus vidas. Países distintos, movimientos similares El detonante inmediato de cada movimiento de la generación Z ha sido distinto. En Nepal, fue una prohibición repentina de las redes sociales. En Madagascar, el incumplimiento de las promesas de acceso al agua y la electricidad. Pero ambos países —como muchos otros que están viendo protestas lideradas por la generación Z— tienen poblaciones muy jóvenes. La edad promedio en Nepal es de 28 años; en Madagascar, de 21. Ambos luchan contra un elevado desempleo juvenil. La corrupción y el clientelismo son endémicos. Y también lo son las redes sociales. Estas protestas se han propagado a través de plataformas que desafían las distancias físicas y aceleran la creación de un lenguaje y una cultura compartidos. “Aunque vivas en una aldea, en la cima de una montaña o en medio del desierto, los jóvenes están conectados en TikTok y Discord”, dijo Hannah. “Utilizan el mismo lenguaje y comparten los mismos memes”. En Nepal, los manifestantes decían haberse inspirado en las protestas de Indonesia, contó Hannah. En Madagascar, me dijo John, los manifestantes se inspiraron en las de Nepal. ¿Pueden las protestas resolver problemas estructurales profundos? Lo que Hannah y John también descubrieron fueron movimientos que se alejaron rápidamente de lo que los manifestantes originales habían previsto. En Madagascar, donde el presidente huyó y el ejército tomó el poder, ya hay señales de que los jóvenes revolucionarios de la generación Z no tendrán la influencia que esperaban en el próximo gobierno. La noticia de que un antiguo líder opositor y político de carrera había sido elegido como nuevo líder de la Asamblea Nacional causó desilusión entre los jóvenes. En Nepal, los jóvenes a quienes el primer ministro interino consultó inmediatamente después de las protestas dicen ahora que han sido marginados. En ambos países, existe una preocupación aún mayor: que cualquiera que sea el gobierno que termine por consolidarse, no pueda resolver fácilmente los numerosos agravios que aquejan a los jóvenes. Como dijo un manifestante nepalí que estuvo a punto de recibir un disparo durante las protestas: ¿Y “si todo vuelve a ser igual, incluso después de haber derramado nuestra sangre y a nuestros camaradas caídos? ¿Y si todo esto fue en vano?”. Muchas de esas quejas surgen de problemas estructurales profundos, comunes a muchos países con poblaciones jóvenes, según Abigail Branford, investigadora de Oxford cuyo trabajo se centra en África. “Cuestiones como el desempleo juvenil serían muy difíciles de abordar, incluso si los Estados hicieran un esfuerzo más decidido por incluir a los jóvenes en la política”, dijo. “La economía simplemente no puede absorber la cantidad de jóvenes que ingresan al mercado laboral”. Cuando me enteré de estas protestas, me recordaron las de 1968 que estallaron en Europa Occidental y Estados Unidos, impulsadas por una explosión demográfica juvenil, el rock ‘n’ roll y la rabia contra las políticas de una élite política mayor y más conservadora. Pero también pensé en la Primavera Árabe, una serie de levantamientos en la década de 2010 en los que los jóvenes estuvieron a la vanguardia. Aquellos movimientos también derribaron gobiernos, pero en la mayoría de los países no condujeron ni a una verdadera democratización ni a una mejora de las perspectivas para los jóvenes. Los jóvenes tienen hambre de cambio. Han demostrado que tienen el poder de impulsarlo. Pero, ¿qué viene después? ¿Quieres darnos tu opinión sobre este boletín? Responde a nuestra breve encuesta aquí. MÁS NOTICIAS DESTACADAS
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¿Dónde queda este edificio brutalista?
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