¡Hola!
Soy Lucas Barquero, redactor de ICON, y les debo confesar que, como la eterna Blanche DuBois de Un tranvía llamado deseo, siempre he confiado en la bondad de los desconocidos. El problema es que los desconocidos no confían en mí. Sobre todo, si es para alquilarme su piso. Afortunadamente hace poco que he encontrado casa, pero el proceso ha sido poco menos que un infierno. Por eso, para esta newsletter me gustaría compartirles los dos meses y medio que he vivido dentro del melodrama en el que acaba convertida hoy cualquier búsqueda de piso.
El objetivo era encontrar un apartamento, cualquiera, en Madrid. Es cierto que esta ciudad se parece bastante poco al Nueva Orleans de los años cuarenta que retrataba Tennessee Williams, pero no dudo que el dramaturgo texano también se hubiera divertido exhibiendo las miserias del mercado inmobiliario español. La búsqueda de un apartamento hoy, como Un tranvía llamado deseo, está llena de ilusiones, envidias, decepciones, renuncias y, sobre todo, mucho desquicie, al más puro estilo de la Blanche DuBois de Vivian Leigh.
Para empezar, como a la protagonista de la obra, todos intentarán aconsejarte qué es lo mejor para ti: “Haz muchas visitas”, “haz pocas”, “en la entrevista di tal, cual o Pascual” o “empieza a mirar cuanto antes en Idealista”. En el nombre de este portal topamos precisamente con el hueso del asunto: los ideales que cada uno tiene para su futuro hogar. A diferencia del melodrama, aquí los ideales no se vuelcan sobre los amantes, sino sobre los apartamentos, pero tampoco se aleja tanto. De hecho, desde mi experiencia, Idealista resulta muy parecido a Tinder: todos suben sus mejores fotos con sus condiciones irrenunciables (alquiler estacional, larga duración, relación abierta, cerrada, entreabierta, coliving, poliamor, altos, medios, bajos amueblados). Después empieza el cortejo. No se puede atosigar, pero tampoco descuidar y la meta es siempre conseguir una cita presencial. En el caso inmobiliario una cita rápida, rapidísima, máximo 10 minutos.
La primera siempre es muy especial, pero también una completa decepción. Estabas preparado para adaptarte a todo, pero desayunar, comer y cenar en el sofá a lo mejor es demasiado. Al menos para ti, porque el que viene después está dispuesto a aceptarlo todo. Entonces entiendes que, como en el amor, todo es cuestión de renuncias y vuelves al ruedo. Las citas van pasando y te preguntas a qué vas a renunciar, ¿a la mesa, a la luz natural o a una cocina con más de dos metros cuadrados? Y piensas sobre todo el dilema que titulaba la obra: ¿cómo quieres que se llame el tranvía que te lleva a casa? ¿Metro, bus, cercanías? Todo esto es hipotético, porque lo que tu decidas suele dar igual. Probablemente no seas el perfil que busca el propietario o, Dios me libre, la inmobiliaria. Te faltará la edad, el dinero o la estabilidad que puede dar un funcionario como inquilino. Los agentes inmobiliarios se convierten en personajes igual de violentos que el Kowalski de Marlon Brando, pero sin su irresistible atractivo, claro.
En este momento es fácil entregarse a la melancolía como hacían Blanche DuBois o el propio Tennessee Williams. Para evitarlo conviene entonces abandonar todo ideal y, aún más importante, dejar un poco de lado al sacrosanto Idealista. Si puedo trasladar aquí uno de los miles de consejos que a mí me llegaron escojo, sin ninguna duda, el de preguntar hasta al último contacto de la agenda si conocen algún piso que se quede libre. Por llamada, mensajes e incluso por stories de Instagram. Afortunadamente yo me pude ahorrar el último paso y conseguí un apartamento más que decente gracias a un conocido de un familiar.
La señora DuBois llevaba razón. Hay que confiar en la bondad de los desconocidos, sí, pero por si acaso también en la de los conocidos. O en la de los conocidos de los conocidos.
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¡Hasta la semana que viene!
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